martes, 14 de junio de 2011

El niño bueno y el niño malo, y encima ¿tiene cólicos?

Una de las preguntas retóricas que más consigue irritarme es la de si el niño es bueno o es malo. Bueno o malo ¿con respecto a qué?, ¿desde qué perspectiva entendemos que el niño se porta bien o mal? Lo que aún me parece más patético es dicotomizar entre niño bueno y niño malo según si el niño es llorón o no. Pero aún más: nos referimos al niño malo cuando llora por cualquier motivo, es decir, seguimos refiriéndonos al niño malo, por ejemplo, cuando este se encuentra en la consulta del médico y llora porque no quiere que lo toquen o le pinchen o le manipulen. Es verdaderamente aterrador escuhar a los padres diciendo "mi niño me ha dado guerra, porque no veas el numerito que me ha montado en la revisión pediátrica" o "mi niño se porta bien porque se pasa laaaaargas horas él solito en el moisés sin decir ni pío" Es abominable y repugnante, porque nos referimos a nuestros hijos como si fueran objetos inertes carentes de emociones y sensibilidad, sin derechos, sin opinión, sin preferencias, como si fueran objetos manipulables y estorbos para nuestro quehacer cotidiano.
Pero ¿cómo pueden ser algunos padres tan sumamente insensibles, adultocentristas y, ellos sí, carentes de emociones? Pues señores y señoras, si sus hijos (si nuestros hijos)lloran será, digo yo, porque les pasa algo, porque les conmueve algo, porque se encuentran intranquilos, incómodos, porque quieren contacto, que los cojamos en brazos, que les demos amor, será, a lo mejor, porque cuando van al médico les da miedo, o simplemente, no les gusta ese señor de bata blanca que los incordia tanto. Será, será,... Cabría dispensarnos el mismo tratamiento a los adultos cuando nos encontramos ante situaciones difíciles, temibles o, sencillamente, que nos desagradan. Y así, decir, "hoy mi marido se ha portado mal. Ha venido renegando del trabajo porque ha tenido un conflicto con su jefe, no le he hecho ni caso, le he dejado "llorar", a ver si aprende la próxima vez a tragarse sus problemas y no montarme un numerito", o "es que no se puede con esta mujer, la guerra que me da cada vez que nos montamos en el coche a 200, nada, que tiene un miedo incontrolable"
Pero, catalogar a nuestros hijos de buenos o malos de acuerdo a estos criterios aún nos hace más ruínes, más viles y miserables, más fríos, y más insensibles.
Dice Meredith Small, en su libro Nuestros hijos y nosotros, que hace aproximadamente un millón y medio de años, en el período que los antropólogos llaman "ambiente de la adaptación evolutiva", el llanto era una señal de supervivencia, cuya función era recibir la alimentación y protección adecuada. Y gracias a todos esos bebés capaces de llorar desconsoladamente cada vez que necesitaban alimento o se econtraban ante un peligro que acechaba, hoy estamos donde estamos, pues todos esos bebés que consiguieron después reproducirse y cuyos genes perpetuaron dieron como fruto la evolución de la especie humana. Entonces esos bebés eran buenos, reproductivamente hablando.1
Pero hoy, paradójicamente, ese llanto es considerado malo y molesto, en consecuencia, muchos padres deciden ignorar los reclamos de sus hijos y no dispensarles la atención que requieren. Y muchos, acaban etiquetando de cólicos los fuertes llantos de los niños, o reduciendo a una cuestión biológico-temperamental la reacción implorosa del bebé. Así, excluyendo al estilo de crianza y el grado de responsividad de los padres ante las demandas del niño, de toda contribución en la interacción progrenitor-bebé se eximen de la responsabilidad que les atañe.2
Dice el pediatra e investigador del llanto y lloriqueo infantil, en el Hospital de Niños de Montreal, Richard Barr, citado en el libro de Meredith Small, que "el cólico es una señal de discordia entre el bebé u su paquete total de atención. El llanto frecuente a intervalos breves está justificado: recuerda a la madre que debe alzar y alimentar al bebé. Pero los llantos largos no tienen sentido, sobre todo si la madre decide demorar su respuesta. [...] Cuando el bebé chilla y quien lo cuida se aleja, todo el sistema se desequilibra más y más, convirtiéndose en una retroalimentación negativa que provoca llantos cada vez más fuertes, debido al enfado y la confusión. [...] Los cólicos y los largos ataques de chillidos son, simplemente, el lado negativo de la separación"3

1 información extraída del libro Nuestros hijos y nosotros,de Meredith F. Small.
2 íd.
3 Nuestros hijos y nosotros, Meredith F. Small, pág. 190

1 comentario:

  1. Nuria (autora del blog), por favor, necesito contactar contigo, mándame un email a la siguiente dirección pero sin espacios de separación:
    b i e n v i e s @ yahoo.es

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