martes, 5 de octubre de 2010

Redes 447: El cerebro del bebe

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lunes, 4 de octubre de 2010

¿Por qué pegamos a nuestros hijos?

En centros comerciales, en parques, en la calle, y en la invisibilidad de nuestros hogares, miles de niños indefensos, aturdidos y desamparados son pegados continuamente por sus padres. En todas partes, y en cualquier momento. Se trata de un hecho que no atiende a clases, posiciones, profesiones, lugares, culturas, horas, o incluso situaciones. Cualquier momento y, sobretodo, cualquier excusa es suficiente para atizar la típica bofetada o cachete a un niño pequeño, y muchas veces incluso a un bebé. Y no estoy hablando, por supuesto, de lo que "habitualmente" entendemos por malos tratos, aquellas palizas atroces que dejan a los niños hospitalizados, portada de todos los medios de comunicación, y en ocasiones, muy desgraciadamente hasta en la tumba. No. Me refiero a la típica bofetada o "palmada" en el culo, que ya es hora que empecemos a ponerle nombre, también son mal trato. Porque el mal trato no se mide por la intensidad de la acción violenta empleada hacia el otro, ni por el pretexto que siempre encontramos para justificar dicho hecho. El mal trato se mide por el hecho en sí mismo, es decir, por el hecho de "emplear violencia hacia otro", en cualquiera de sus manifestaciones (física, psíquica, moral, emocional), en cualquier grado, intensidad, o duración. No por pegar "una simple bofetada" soy menos maltratador que alguien que atiza una brutal paliza.
Podríamos pensar si esa "simple bofetada" nos la diera nuestro marido o nuestro padre (ya siendo adultas) o nuestra madre, simplemente con la coartada de "no haberles hecho caso" "haberles desobedecido". En fin, el panorama sería muy diferente...
Pero claro, los niños no nos pueden reprochar, ellos no se pueden defender, y en ellos vertimos toda nuestra ira, rabia y frustraciones contenidas a lo largo del día.
Creo que per se no hay ninguna madre o padre que quiera hacer daño a sus hijos, ocurre que creemos ingenuamete que contribuimos a un bien, al bien de educarlos y "encarrilarlos". Y con ello a veces incurrimos en el fin justifica los medios. Sin darnos cuenta, inconscientes y, por encima de todo, ignorantes. Porque todo aquel que es capaz de emplear la violencia, cualquier tipo de violencia, es ignorante. Alguien cegado por la imposibilidad de su ser, alguien que no ve más allá de los horizontes que delimitan su propio campo de visión, alguien, en definitiva, egoísta.
Nos hacen falta dosis de paciencia, algo más de tiempo, desarrollar las capacidades de escucha y empatía que TODOS llevamos dentro pero que a algunos nos limitan la vida. Necesitamos hablar, dialogar, conversar, y tomar conciencia real de lo que hacemos, pensamos o sentimos. Lo necesitan nuestros hijos. Hagámoslo por ellos.

Núria i Josep