martes, 8 de junio de 2010

Guarderías 24 horas, ¿pensando en los niños o en los padres?

Guarderías 24 horas
Su demanda es escasa y se reparte entre padres con horarios de trabajo nocturnos o que salen una noche durante el fin de semana
Los hoteles infantiles o guarderías 24 horas surgieron para atender una demanda que en España aún está en fase de desarrollo. La idea es que los padres que trabajan de noche, a turnos o quieren salir a cenar durante el fin de semana puedan dejar a sus hijos e hijas en manos de profesionales y bien atendidos. La expansión de estas escuelas, sin embargo, es muy lenta debido al elevado coste que supone el servicio y porque los niños no siempre aceptan de buena gana quedarse a dormir con desconocidos. Es necesario un periodo de adaptación al personal del centro. Por ello, para ocasiones esporádicas, los expertos en educación infantil recomiendan las ludotecas, cuidadores conocidos por el niño y, por supuesto, los abuelos, que destacan como una importante fuente de cariño.


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Asombro, perplejidad y consternación es lo que he sentido al escuchar tamaña noticia en el telediario del mediodía. Más tarde, encontraba en Internet un artículo publicado con el encabezamiento que arriba transcribo… Al cierre de la noticia, la presentadora postulaba con aclamado orgullo: “y así los abuelos también podrán descansar…”
Con que talante se acogería semejante noticia si las guarderías sirvieran para dejar unas horas o una noche al pesado del marido, la impertinente de la mujer, o los irrespetuosos de los padres… “esos que, desconsideramente, planean “guardarme” en un lugar que no será mi casita, ni dónde estaré en mi cuarto, ni dormiré en mi camita, ni dónde mis papis vendrán a darme el besito de las buenas noches… y todo, para que ellos puedan descansar de MÍ, porque parece ser que les resulto un estorbo…”
Soy madre de un bebé de 10 meses y desde que nació, constantemente, pienso en la gran satisfacción que me produce el poder compartir ahora con él los espacios y momentos que antes compartíamos solos su padre y yo. Me llena de alegría y orgullo acudir con mi bebé a todos los espacios que se nos antoja, sin límites ni “restricciones” porque acudamos con un niño pequeño. Y, por supuesto, no echo de menos asistir al último taquillazo de cartelera (al que seguro no podría entrar con mi peque), ni de cena y luego a tomar unas copitas con los amigotes. Todo lo que deseo, fantaseo, y cuándo puedo llevo a la práctica, es planear salidas (aunque sea la vuelta a la manzana de mi casa, o al parque de la esquina) con mi chiquitín para compartir con él todas las sensaciones, emociones y contentos.
Creemos, erróneamente, que dejando a nuestros hijos en el más absoluto desamparo y la más cruel soledad, estamos contribuyendo a hacer de nuestros niños adultos fuertes, seguros, con herramientas para enfrentares a los diferentes avatares que le deparará la vida. Pero no nos damos cuenta de que justamente exponiendo a nuestros niños solos frente al miedo, la incertidumbre, la duda, el temor, el desconcierto, estamos minando su incipiente estructura emocional y, con ello, favoreciendo que desarrollen una autoestima débil, frágil, resquebrajada por tanto dolor acumulado desde la infancia (sobre todo por la sensación de abandono sufrida como consecuencia de la desprotección de sus propios papás) En definitiva, niños inseguros, desconfiados, “malheridos” emocionalmente hablando. Niños individualistas, que reproducirán eternamente los esquemas familiares que les fueron transferidos cuando ya de pequeñitos, solitos, tuvieron que luchar contra los demonios aparecidos en esos lugares y dónde sus papás no atendían sus reclamos ni respondían a sus necesidades emocionales acompañándoles y protegiéndoles, ofreciéndoles seguridad, amparo, cobijo, amor, a través del contacto, el calor, la leche, las miradas y el cuerpo a cuerpo.
Creo que desconocemos e ignoramos profundamente 3 cosas básicas para nuestro devenir y el de nuestros hijos, y el de los hijos de nuestros hijos, es decir, del mundo entero. Son, por un lado lo que queremos, por otro hacia dónde nos dirigimos, y por último lo que obtendremos.
Respondemos sin conciencia, sin reflexión, y carentes de todo criterio propio a los patrones culturales y educacionales imperantes en nuestra sociedad. Cuándo dejamos llorar desconsoladamente a nuestros hijos, cuándo los abandonamos en manos de desconocidos que “nos causaron muy buena impresión”, cuándo desoímos sus necesidades, y tenemos en cuenta que éstas no son únicamente físicas (alimentar, dormir, higienizar, etc) sino también, y sumamente importantes, emocionales; cuándo no nos escuchamos a nosotros mismos en nuestros deseos más genuinos y primitivos; cuándo actuamos como se espera que actuemos y no como verdaderamente nuestros instintos más profundos nos guían a actuar; cuándo interponemos barreras a nuestras emociones y sentimientos. En todos estos escenarios estamos alimentando el desarrollo de un mundo cada vez más insolidario, menos generoso, y menos altruista. Porque si mis padres no hicieron por mí lo que necesitaba que hicieran, y no escucharon mis demandas, ni atendieron mis llantos y reclamos, no me dieron todo lo que en aquel preciso momento necesitaba, que era que dejaran a un lado sus necesidades para priorizar las mías, haciéndolas propias….¿ por qué he de hacerlo yo con los demás? ¿Por qué habré de hacerlo con los amiguitos que me encuentre en el parque, y más tarde con los que me encuentre en la escuela y, ya entrada la adolescencia, con mi novia, y de adulto con mi pareja sentimental y luego con mis hijos, y éstos con los suyos?
Con este esquema de funcionamiento estamos disponiendo los cimientos para la construcción de un mundo donde la idea subyacente motor de nuestro hacer sea:
¡Sálvese quien pueda! Primero yo y luego los demás…

Núria i Josep

1 comentario:

  1. No sabría explicarlo mejor ;)
    Me alegro de que lo llevéis tan bien, aunque veo un poco lejos esta experiencia seguiré vuestro blog, besos familia!

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